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Razonando el rechazo

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Hacía mucho tiempo que no me enfrentaba a esa sensación desagradable de ser rechazado.

En realidad, todo empezó por un incidente de poca monta. En los últimos meses he podido dedicar más tiempo a crear y ampliar mi portafolio de ilustraciones, que ha sido una de mis principales pasiones desde siempre. Parte de ese trabajo está en mi cuenta de DeviantArt. Buscando cómo atraer más visitas a ese perfil, comencé a buscar grupos afines en ese sitio dónde exponer mis trabajos.

Hay muchos grupos. Encontré entonces uno que me pareció afín, y con una calidad técnica comparable a la mía así que no pensé que tendría mucho problema en entrar. Les envié los que me parecían los dos mejores trabajos para ver si me incluían en dicho grupo. Al día siguiente recibo un simple, seco y cortante mensaje diciéndome que mis aplicaciones fueron rechazadas. Entonces sobrevino esa combinación de malestar entre pecho y espalda y ese amargor en boca que dejan las heridas del ego.

Pero esta vez, y mientras aún está “caliente” el recuerdo, quise ponerme a analizar por qué me sentí así. Definitivamente la parte de mí que recibió el golpe más duro fue esa que se sabe graduado de una institución prestigiosa en Artes, con muchos años de lucha por llegar a ser ese profesional reverenciado por propios y extraños con que muchos fantaseamos ser algún día. Compitiendo con gente que es casi seguro que no tienen los estudios ni la experiencia que tengo yo, y claro, la comparación engendra la espina del resentimiento, las sospechas de que haya “argolla” en ese grupo, y demás vicios de la imaginación.

También me pongo a pensar por qué me pongo así si en el campo en que hoy me desempeño para ganarme la vida (que no es el dibujo ni la ilustración) laboralmente me va mejor que nunca y siempre he tenido el apoyo de la gente y clientes con los que he trabajado. Podría perfectamente desistir de librar una lucha inútil y que se antoja cuesta arriba con tanto talento rompedor que hay en Internet, y quedarme en mi agradable zona de confort. De todos modos de dibujar en estos países se vive mal y se gana peor. ¿Por qué querría entonces complicarme la vida?

Supongo que lo que me mueve a mí en esto es una fuerza muy poderosa que va más allá de todo intento de racionalidad. Quizás sea una gran deuda conmigo mismo, por no haber obtenido lo que realmente quería en otros tiempos, que era trabajar en animación tradicional. Quizás sea el hecho de que tengo más de veintitantos años contínuos de estar rayando papeles sin poder (ni querer) parar, desde que a los 14 años copiaba incesantemente a Garfield, y que aún no siento que he llegado a donde realmente quiero llegar. Quizás sea porque tampoco tenga ya ni quince ni veinte ni siquiera treinta años y que me angustie un poco eso mismo. Quizás porque es algo por lo que me gustaría, por fin, ser mejor conocido. O simplemente por el hecho de que cuando oigo hablar o veo algo de este tema me lanzo de bruces, como cuando un niño ve un juguete nuevo favorito o su ídolo de superhéroe. Dicen que así es como se identifica la verdadera pasión que mueve a alguien.

Y sé que no soy ni de lejos la única persona a la que le ha sucedido esto. Más bien estoy en muy buena compañía.Libros enteros se han escrito con anécdotas de celebridades que hoy todo mundo reverencia pero que antaño se expusieron igual al rechazo, la desmotivación y la indiferencia. Y que sin embargo a punta de muchos intentos, paciencia y coraje lograron conseguir finalmente lo que querían. Admito que por mucho tiempo abandoné la práctica seria del dibujo y tuve un bache de años que me ha costado tiempo y esfuerzo cerrar. Pero hace ya algún tiempo decidí no volver a dejar pasar las oportunidades de crecer en vano, y es ahí donde estoy hoy día, compitiendo más conmigo mismo que con otros. Es como una especie de auto-compromiso: Si lo voy a hacer, que sea bien hecho.

Y así, habiendo recordado por qué aún persisto en esto, lograré dejar ese incidente incómodo atrás y seguir mi camino. Total, mañana será otro día.

 Fotografía por Andreas Winterer en Flickr, usada bajo licencia Creative Commons.


Esta publicación y sus contenidos son © 2012 Alberto Gonzalez, a menos que se mencionen otras fuentes.
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